Lo primero que me llamó la atención de la declaración de la viceministra, es la pobre redacción. Da pena que una viceministra utilice tan mal el vocabulario y la flexibilidad gramatical del castellano, (más pena aún que los profesionales del lenguaje de Cubadebate lo permitan).
El primer párrafo es una joya para cualquier manual de estilo y redacción, pues agrupa una cantidad tal de errores que podría usarse de ejemplo invariable en varios capítulos del hipotético manual: "La revisión de un texto circulando por las redes sociales sobre determinada “injusticia” a una profesora universitaria que usando “la crítica” ha sido expulsada de su centro nos motiva a realizar un recorrido por nuestra casa: la Educación Superior cubana, e intercambiar nuestra posición." El encabalgamiento de gerundios, las elipsis verbales y preposicionales, en el caso de Marta del Carmen Mesa Valenciano, casi constituyen marcas de estilo. Como la susodicha es arquitecta, podría decirse que su uso del lenguaje correspondería en lo arquitectónico al estilo de construcciones Girón, o al brutalismo.
El sintagma que termina el párrafo es extraordinario: intercambiar nuestra posición.¿Querría Marta intercambiar posición con Omara? ¿Se atrevería? Esta inédita versión de "El Príncipe y el Mendigo", todos sabemos que solo es posible gracias a nuestra imaginación y al estilo chapucero de Marta, que olvidó el uso de la preposición 'sobre'. Es imposible que para Marta funcione el argumento de Mark Twain, pues ella no desconoce la realidad del mendigo, la vida pobre y embozada. Simplemente la niega, la ha negado siempre, y en función de una supuesta verdad mayor, que la infatuó como el bombillo a la falena o el embarro a la cucaracha, ha luchado toda su vida, hablando lo necesario y callando lo innecesario, para ascender en las escalas del poder, autojustificandose como servidora de esa verdad que niega cualquier otra. Marta no ha llegado a donde está por ser diferente, sino por ser igual. A Omara le sucedió todo lo contrario. Y ambas lo saben, así que el supuesto ejercicio de intercambio sobra, pues Marta no es un Príncipe que desconoce una parte de la verdad del reino, sino una que se cree reina sentada sobre la verdad, y Omara no es una mendiga que se ufana ante la posibilidad de ser Príncipe, sino alguien cuya vida ha madurado en el coraje de destronar.
Luego de ese párrafo inicial de la proclama de Marta, que tan hábilmente desinvita a la lectura, mientras la vista retoza antes de definitivamente despegarse asqueada del artículo, se alcanza a vislumbrar esta agónica pregunta (cito): "¿Se podría ser un profesor que no defienda a ultranza cada paso que se da en la Revolución?" Y yo pregunto, como si solo me interesara el lenguaje, ¿en serio, cada paso que se da? Acaso Omara no está también dando pasos en la Revolución, la revolución que como un idioma, como un conjunto infinito, contiene cualquier operación, cualquier resultado, todas las palabras, a su favor o en su contra, sin más remedio para los que hemos vivido construyéndola o sirviéndola o usufructuándola o lamentándola. Seguramente saldrán, por obra y gracia del mal redactado decreto de Marta, miles de profesores a defender los pasos que en la Revolución están dando Omara, Julio Antonio, René Fidel y otros tantos. Quizás sería menos incluyente, y así más apropiado en la ideología marteana (que no Martiana) o martista o martillista, haber dicho: "cada paso que da la Revolución". Y como si no bastara defender "a ultranza" la Revolución, Martica tenía que poner más énfasis: cada paso. Por ejemplo, defender la prohibición de entrar los cubanos a los hoteles, de comprar o vender casas, de viajar libremente, de vivir conformes a su orientación sexual sin tapujos y sin persecución, la ruptura de país y familias al politizar abiertamente la emigración, la dependencia de poderes y economías foráneas... en fin, todas las aguas que tantos lodos nos han traido y seguirán trayendo.
La viceministra Marta, alejándose impunemente del principio martiano del culto a la dignidad plena del hombre y de una República "con todos y para el bien de todos", o del concepto fidelista de "Revolución es sentido del momento histórico; es cambiar todo lo que debe ser cambiado; es igualdad y libertad plenas; es ser tratado y tratar a los demás como seres humanos; es emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos; es desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional; es defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio..." no ha dicho nada nuevo, nada que no sepamos, nada que no hayamos visto y escuchado y vivido y temido y lamentado demasiadas veces. Que lo diga ahora, en los tiempos de Trump, le quita aún más novedad al asunto, no parece otra cosa que su discípula.
Su proclama solo sirve, además de ejemplo en el mal uso del Castellano o la pobreza intelectual de un viceministro de Educación Superior en Cuba, para mostrarnos una vez más que no basta cambiar una Constitución si no existe un mecanismo para que la usen sus verdaderos dueños, impidiendo los desmanes de esos que antidemocrática y reaccionariamente de ella se adueñan; que siempre que la prensa sea controlada por un grupo en el poder, la sinrazón mal redactará los titulares y ocupará las cuartillas; y que eso que Marta cree que es la Revolución, no es la Revolución, pues entonces no la tendrían que dictar los profesores, sino que la cantarían los alumnos.
Que conste, primero, que Fidel se hizo revolucionario en la Universidad y no gracias a los profesores, y segundo, que si he usado demasiados gerundios es porque se me ha pegado de Marta.