En 1762, en
Francia, un tribunal, cegado por el fanatismo y la intolerancia, condenó a muerte
tortuosa a un inocente. Ciertamente no fue la primera vez que con la espada de
la justicia se asesinara, pero el caso de Jean Calas logró conmocionar al mundo
occidental en los pórticos de la Edad de la Razón. Los hechos, situados en
medio de la pugna entre católicos y protestantes, inspiraron a Voltaire, escritor,
historiador, filósofo y abogado, uno de los principales representantes de la
Ilustración, a escribir su “Tratado sobre la tolerancia”. Salvando las
distancias de tiempo y circunstancias, aquellas palabras, consideradas en sus
esencias, también a nosotros se refieren. Citaré en extenso las reflexiones de
Voltaire (tomadas de http://pdfhumanidades.com/sites/default/
files/apuntes/Voltaire%20-%20Contra%20el%20fanatismo%20religioso_0.pdf,
y cotejadas con http://www.gutenberg.org/cache/epub/42131/pg42131-images.epub?session_id=a80ea051a4608a75b876ba989479cb6b1c5b1f02)
para afirmar, otra vez, que hay muy poco nuevo bajo el sol.
En el caso que
ocupaba al iluminista francés, “si un padre de familia inocente es abandonado
en manos del error, o de la pasión, o del fanatismo, si (…) no tiene otra
defensa que su virtud, si los árbitros de su vida no corren otro riesgo al degollarle
que el de equivocarse” entonces “se alza el clamor público, cada cual teme por
sí mismo, se ve que nadie tiene seguridad”
“Osaré tomarme la
libertad de invitar a los que están al frente del Gobierno, y a los que están
destinados a cargos elevados, a que se sirvan examinar con detenimiento si en
efecto hay que temer que la dulzura produzca las mismas revueltas que ha hecho
nacer la crueldad; si lo que ha sucedido en determinadas circunstancias tiene
que suceder en otras; ¿acaso son las épocas, la opinión, las costumbres siempre
las mismas?”
Hace estas preguntas
a raíz de los enfrentamientos por cuestiones de fe que durante los siglos XVII
y XVIII convulsionaron la vida y la política francesas. Por ello reflexiona: “los
hugonotes, sin duda, se han embriagado de fanatismo, y manchado de sangre como
nosotros: pero la generación presente ¿es tan bárbara como sus padres? La
época, la razón que ha hecho tantos progresos, los buenos libros, la templanza
de la sociedad ¿no han penetrado nada en quienes conducen el espíritu de esos
pueblos? ¿Y no nos damos cuenta de que casi toda Europa ha cambiado de rostro
desde hace unos cincuenta años? El Gobierno se ha fortificado por todas partes,
mientras que las costumbres se han suavizado.” (…) “A otros tiempos, otros
cuidados. Hoy sería absurdo diezmar la Sorbona porque en otros tiempos presentara
un requerimiento para que se quemase a la doncella de Orleans..”; “(…) el
espíritu humano, al despertarse de su embriaguez, se ha asombrado de los
excesos a los que le había llevado el fanatismo”.
“¿Seguiremos
siendo los últimos en abrazar las sanas opiniones de otras naciones? Ellas se
han corregido, ¿cuándo nos corregiremos nosotros? Han hecho falta sesenta años
para hacer que adoptáramos lo que había demostrado Newton; (…) ¿cuándo
empezaremos a practicar los verdaderos principios de la humanidad? ¿Y con qué
cara podemos reprocharles a los paganos el haber causado mártires mientras que
nosotros hemos sido culpables de la misma crueldad en las mismas
circunstancias?”
En uno de los
capítulos finales hace un resumen de testimonios contra la intolerancia. Por
ejemplo:
“La religión
forzada ya no es religión; hay que persuadir y no obligar. La religión no se
ordena. (Lactancio, libro III). Es una herejía execrable querer ganarse por la fuerza, por los golpes, por los encarcelamientos, a aquellos a los que no se ha podido convencer por la razón. (San Atanasio, libro I).
Acordaos de que las enfermedades del alma no se curan con la fuerza y la violencia. (Cardenal Le Camus, Instrucción pastoral de 1688).
La exacción forzada de una religión es una prueba evidente de que el espíritu que la guía es un espíritu enemigo de la verdad. (Dirois, doctor de la Sorbona, libro 6, cap. 4).
La violencia puede hacer hipócritas; no se persuade cuando se profieren amenazas por todas partes. (Tillemont, Historia eclesiástica, tomo 6).
Pasa con la religión como con el amor: con ordenarlo nada se consigue, con la obligación aún menos; nada hay más independiente que amar y creer. (Amelot de la Houssaye, sobre las Cartas del cardenal de Ossat).”
Algunas frases,
por astutas, seguramente ya han resucitado en incontables citaciones: “La
superstición es a la religión lo que la astrología es a la astronomía, la hija
muy alocada de una madre muy prudente”. Para contextualizarla, agregaría: como
el igualitarismo lo es a la justicia, el paternalismo al amor, el clientelismo
a la entrega, la anuencia a la convicción.
“Pero, de todas
las supersticiones, ¿no es la más peligrosa la de odiar al prójimo por sus
opiniones?” “A menos dogmas, menos disputas; y a menos disputas, menos
desgracias: si esto no es verdad, es que estoy equivocado.”
Como hombre con
los pies en el mundo, y empeñado en hacer cambiar al mundo para mejor,
reconocía que “sería el colmo de la locura pretender hacer que todos los
hombres pensasen de una manera uniforme sobre la metafísica. Se podría subyugar
con mucha mayor facilidad al universo entero mediante las armas que subyugar a
todas las conciencias de una sola ciudad.”
“¡Oh, sectarios
de un Dios clemente!”, solo me queda repetir además la plegaria de Voltaire al
final del Tratado (excepto por un pequeño cambio de posesivo por artículo
definido):
¡Que puedan todos
los hombres acordarse de que son hermanos! ¡Que tengan horror de la tiranía
ejercida sobre las almas, lo mismo que execran el bandidaje, que arrebata por
la fuerza el fruto del trabajo y de la apacible industria! ¡Si las calamidades
de la guerra son inevitables, no nos odiemos, no nos destrocemos los unos a los
otros en el seno de la paz, y empleemos el instante de nuestra existencia en
bendecir por igual, en mil lenguas diversas, desde Siam hasta California, la
bondad, que nos ha dado este instante!