lunes, 26 de junio de 2023

fin--end--koniec

Me parece excelente lo que ha ocurrido a partir del documental La Habana de Fito, de Juan Pin Vilar. A estas alturas, lo de menos es lo que sabe o no sabe Fito, lo que quiso o no quiso decir Juan Pin, lo que hicieron, intentaron o no pudieron, hacer las autoridades. A estas alturas, lo más importante es la protesta del gremio de cineastas. Eso es lo culturalmente decisivo. No es que no hayan ocurrido protestas culturales anteriores, similares eventos en que una parte, minoritaria, de la sociedad, se siente con la capacidad de dictar pautas -y forzarlas- a la otra. Hasta ahora, esa minoría blandía una razón que parecía más poderosa que cualquier contestación. Poderosa, porque dicha razón, enunciada por Fidel en aquella célebre reunión de la Biblioteca Nacional, no dirimía una cuestión particular estética, artística o cultural, sino que sentaba el límite de cualquier discusión futura. Esa razón desde entonces ha actuado como un marco, como el objetivo de un microscopio o de un telescopio, solo se ve lo que está dentro, en foco, el resto, afuera, no es considerable, ni permisible. Noam Chomsky ha conceptualizado muy bien esta operación (cito): la vía inteligente de mantener a la gente pasiva y obediente es limitar estrictamente el límite del espectro de opiniones aceptables, pero permitiendo el vivo debate dentro de dicho espectro; eso le da a la gente la sensación de que el pensamiento libre está fluyendo, mientras que todo el tiempo los presupuestos del sistema son reforzados mediante los límites impuestos al debate. Lo que está en discusión ahora mismo, lo que ha sido contestado por la asamblea de cineastas, es ese marco, ese instrumento de parcelación de la realidad, y la potestad de los usuarios de dicho instrumento. Ese cuestionamiento es lo importante ahora. Y aún más que el cuestionamiento, el procedimiento. Ni cuestionamiento ni procedimiento son novedosos, pues desde la propia enunciación en junio del 61 del discurso que sería condensado en la frase "Dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, ningún derecho", han existido individuos y grupos que han denunciado la torva operacionalización de aquel principio ("Y esto no sería ninguna ley de excepción para los artistas y para los escritores. Esto es un principio general para todos los ciudadanos, es un principio fundamental de la Revolución") para legitimar la censura burda y proteccionista que ha permitido a tantas huestes de funcionarios gobernar sin contrapeso, sin cuestionamiento, trayendo a Cuba a ser el país desesperanzado que hoy es. Si con la misma saña que se aplicó el principio a los artistas, se hubiese aplicado a los ideólogos, a los burócratas, a los caudillos, quizás hoy tuviésemos mejores frutos. Pero una de las más ponzoñosas semillas de aquel discurso fue que, contrario a lo que en un momento parecía estar siendo enunciado ("La Revolución […] debe actuar de manera que todo ese sector de los artistas y de los intelectuales que no sean genuinamente revolucionarios, encuentren que dentro de la Revolución tienen un campo para trabajar y para crear; y que su espíritu creador, aun cuando no sean escritores o artistas revolucionarios, tiene oportunidad y tiene libertad para expresarse"), se entronizó el adjetivo revolucionario, se substantivizó definitiva y definitoriamente, tanto, que se convirtió en epíteto valioso, algo que había que obtener, dando pasos constatables, y luego exhibir, como garantía de aceptación y adelanto, como un diploma de mérito, medallita repicante si no rutilante, ultima excusa para equivocarse tantas veces como fuera necesario rectificar. Tampoco fue inocua la maniobra discursiva (“por cuanto la Revolución comprende los intereses del pueblo, por cuanto la Revolución significa los intereses de la nación entera”) que pasa de distinguir entre revolucionarios, no revolucionarios, contrarrevolucionarios a asimilar reduccionistamente, al pueblo todo como revolucionario, a los revolucionarios como el pueblo, y más aún, toda la nación, la cual permitió, y aun permite, arrojar el lastre de no-pueblo, cada vez que parece ponerse en duda el principio clasificador. Pero ahora, lejos del carisma, del suceso histórico del triunfo de la Revolución, del silencio y el disimulo que impidió que trascendieran los cuestionamientos y los cuestionadores pasados (gracias, Internet!, gracias aplicaciones sociales! gracias omnipresencia del registro del sonido y la imagen!), cada vez más alejados entre sí realidad y discursos, el futuro posible y el futuro probable, se ofendió a una masa crítica (en su número, su inteligencia, sus aportes a la sociedad, su historia, su conciencia de gremio). Y no se quedaron callados. No se centraron en el detalle. No armaron un debate vivo dentro del marco. Sino que están cuestionando el marco y a quienes insisten, para su propia conveniencia, en apuntalarlo. Tomaron al toro por los cuernos, y se apretaron el cinto (hecho de mucho celuloide: virgen, y rev/belado).