Celebrar. Nada en especial, solo eso, el poder estar todos juntos para celebrar el hecho fortuito de coincidir en el tiempo y en la genética y en el amor, tres azares que acaso también podrían llamarse vida y familia. Ese, quizás, fue uno de nuestros dones, que ahora me parece extinguido, atrofiado. Ojala me equivoque, pues no hay otra manera mejor de honrarlas y recordarlas. Reunidos, celebrar.
Hay en la ausencia, una mesa,
y la mesa está servida,
y, aunque ausencia y mesa plenas,
aun la cocina trajina:
mi abuela sueña buñuelos,
mi madre, dulces de harina,
y mi tía da un consejo
mientras prepara natilla.
Cubiertos con su cencerro
en caminos de vajilla,
ya bajan desde el recuerdo
pero el aire es quien se arrima.
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