sábado, 21 de septiembre de 2024

sobre la dignidad

Acepté el disgusto de leer el editorial sobre los valientes y los cobardes, y lo que escribió Rodriguez Salvador (lleno de perífrasis y eufemismos). Ambas redacciones, da pena que puedan ser asociadas con la intelectualidad cubana. Eso de presentar la disyuntiva del momento en el eje valentía cobardía sería cuanto más oligofrénico, si no hubiese ya una tradición bien cimentada de la impertinencia política [eg: "tírales la bomba atómica primero Jrushov" (ni siquiera dicho en susurro sino además puesto por escrito), "perdimos la paciencia, y tumbamos las avionetas"]. Y no solo política, sino humana, mundana: creer que el problema es de valor cuando es de astucia, o que es de astucia cuando es de honestidad, que es de igualdad cuando es de justicia, que es de continuidad cuando es de creación, y viceversa. No ha ocurrido así, tan "continuísticamente" por simpleza, por pura y simple estupidez, o falta de miras. Sino por exceso de poder y déficit de contestación, por arrogancia y por subestimación. Subestimación, desdén, menosprecio, hacia/contra la gente común que podría enjuiciar y enfocar mejor dichas dicotomías, pero a quienes se les escatima información para acusarlos de desinformados, y se les veda el acceso a los medios (hasta a su voz coral como medio) para acusarles de ilegitima subversión cuando intentan cualquier pública contestación. Arrogancia, exceso de poder de quienes, amparados por el bien que se hizo un día, olvidan que eso no exime del deber de hacer el bien todos los días, aceptando que ese deber constante se ejerce enyugados a la noria del tiempo, de la historia, cada cual enyugado a su hora, a su vida, a su circunstancia, y lo que sirvió al bien ayer puede no servir para lo bueno ahora o mañana, aunque siempre podemos colegir un trasunto de lo ideal, de lo perenne, de lo trascendente, que es legado a las siguientes desde cada estancia particular. Que la dignidad de unos no se alcanza nunca pisoteando la dignidad de otros, puesto que la dignidad humana está cifrada con el mismo cálamo que escribe las leyes del universo, en imbricada conexión, en geometría esférica donde al alejarnos de un punto también nos acercamos a él, la dignidad humana situada en ese equilibrio entre la propia y la de los demás, donde cualquier corrimiento unilateral se traduce indefectiblemente en una merma de la de todos. Quizás por eso, Martí en su sabiduría, en su sensibilidad, la situó al centro de su república soñada, como mejor fiel, mejor dial, mejor guía y medida para la Cuba por la que valió y vale la pena luchar. No habló de la consecución de la felicidad, como en la constitución norteña, la felicidad egoísta que permite que unos se regodeen cuando otros sufren. Reclamó para Cuba la dignidad plena del hombre, que siempre puede ser para todos sin menoscabo de ninguno. Se puede ser un prisionero digno y un carcelero digno. Se puede ser un vencedor digno y un derrotado digno. Pero no se puede ser un gobernante digno que fuerza a una parte de su pueblo a la indignidad del silencio o la simulación. La constitución antigua, la presente, y todas las que en Cuba habrán, jamás dejarán de lado el llamado martiano al culto a la dignidad. Cualquier lectura de la constitución, cualquiera concreción de sus esencias en leyes particulares, no puede atentar contra ese sueño del Apóstol.

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