lunes, 28 de enero de 2019

tornado

Anoche me desvelé, mi hija llamó desde su cuarto, pesadillas, la acompañé por un rato, hasta que se volvió a escurrir, tranquila, en pos del amanecer. Me puse a mirar noticias y vi lo del tornado. Me asustó doblemente, Cuba y mis barrios. Vivíamos en Lawton, cerca de Concha y Porvenir. Cada fachada volcada sobre su calle, me parecía ser la mía, la de mis vecinos, la de los desconocidos que alguna vez quizá me vieron pasar, cuando caminaba hasta la Virgen del Camino, o hasta la Benéfica, o hasta el Mónaco, para ir a coger algo en la odisea de llegar al trabajo, o los sábados con mi morral buscando la comida de la semana... Ya he escrutado algunas decenas de fotos y videos. Me entristece ver lo que veo. Pero algo en el rostro de la gente que estaba siendo evacuada, que estaba trabajando y ayudando, donde no se ve desesperación ni pavor, sino cierto estoicismo, ese de la gente que tiene el valor de mirar de frente la tragedia sin espantarse, y se atrinchera en su pequeñez humana, que se hace una con las otras pequeñeces que le rodean, y empieza a levantarse incluso desde antes de caer, ese algo que vi, me trajo calma y me proporcionó confianza. Ya pasó lo peor, se da gracias al azar de la vida, y se comprende que no estamos solos, que somos un pueblo, quizás el menos solitario de los pueblos, el pueblo que puede haber encontrado la cura de la soledad, sin que a la gran mayoría nos cerquen barreras de educación, ni de clase, ni de manieristas tapujos. Yo, lejos, en una madrugada ajena, también lato con ese dolor y me nutro con la misma esperanza. Me tocará ayudar, a unos poquitos con un poquito, pero sé que somos y seremos muchos más que las gotas de la lluvia que ablanda las paredes y que las rachas del viento que las arranca.

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