lunes, 9 de diciembre de 2019

Fromm... on disobedience



Lo que sigue es una traducción de la mayor parte del ensayo de Erich From “La desobediencia como un problema psicológico y moral”, de 1963, que luego ha sido publicado, junto a otros tres ensayos, como parte de un libro titulado Sobre la desobediencia. Un segundo ensayo de 1967, Profetas y sacerdotes, que también se integró en dicho libro, comienza diciendo: Puede decirse sin exageración que nunca estuvo el conocimiento de las grandes ideas producidos por la estirpe humana tan difundido como hoy, y nunca han sido dichas ideas menos efectivas de lo que hoy son.

<<La historia humana comenzó con un acto de desobediencia (según mitos hebreo, griego…etc), y no es improbable que sea terminada por un acto de obediencia. El hombre ha continuado evolucionando por actos de desobediencia. El hecho es que, mientras vivimos técnicamente en la Edad Atómica, la mayoría de los seres humanos aún vive, emocionalmente, en la Edad de Piedra. Pero no quiero decir que toda desobediencia es una virtud y toda obediencia un vicio. Tal visión ignoraría la relación dialéctica entre ambas. Cuando los principios de obediencia o desobediencia son irreconciliables, el acto de obediencia a uno constituye necesariamente un acto de desobediencia al otro. Todos los mártires de fe, de libertad o ciencia, han tenido que desobedecer a quienes querían acallarlos para obedecer sus propias conciencias, las leyes de la humanidad y de la razón. Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer es un esclavo, si solo desobedece y no obedece es un rebelde (no un revolucionario) que actúa por ira, despecho, resentimiento y no en nombre de una convicción o principio.
Para evitar confusión de términos debemos hacer precisiones importantes. Obediencia a una institución, poder o persona constituye sumisión, implica la abdicación de la autonomía y la aceptación de una voluntad o juicio ajeno en lugar del propio (obediencia heterónoma). Obediencia a mi propia razón o convicción es un acto de afirmación, cuando los sigo, soy yo mismo, pues mis juicios y convicciones son parte de mí (obediencia autónoma).
La afirmación de que la obediencia a otro es ipso facto sumisión debe ser aclarada. Debemos distinguir entre autoridad racional e irracional. Un ejemplo de autoridad racional es la del maestro sobre el alumno. Los intereses de ambos están alineados. Un ejemplo de autoridad irracional es la del amo y el esclavo, sus intereses son antagónicos, pues lo que es ventajoso para uno es perjudicial para el otro. La autoridad es racional cuando actúa en nombre de la razón, que, al ser universal, acepto sin sumisión. La autoridad irracional tiene que usar la fuerza o la sugestión, porque nadie se dejaría explotar si fuese libre de prevenirlo.

La palabra conciencia se puede usar para expresar dos fenómenos diferentes, la conciencia autoritaria, que es la voz internalizada de una autoridad que queremos complacer y tememos contrariar, y la conciencia humanística, voz interior independiente de recompensas y sanciones externas, basada en nuestro conocimiento intuitivo de lo que es humano o inhumano, de lo que conduce a vida y lo que la destruye. La conciencia autoritaria es la que experimenta la mayoría de las personas cuando obedecen su conciencia, es a lo que Freud llamó Superego, la obediencia a un poder externo aun cuando haya sido internalizado. Creo que obedezco mi conciencia cuando en realidad solo me tragué los principios del poder; por ello, por la ilusión de que la conciencia humanística y el Superego son idénticas, la autoridad internalizada es más efectiva que la autoridad exógena. La obediencia a la conciencia autoritaria, igual que toda obediencia a pensamientos ajenos y al poder, tiende a debilitar la conciencia humanística, la habilidad de juzgar por y ser uno mismo.
¿Por qué el hombre es tan dado a obedecer y le cuesta tanto desobedecer? Porque al obedecer me siento seguro y protegido, soy parte del poder que reverencio, lo cual me hace sentir fuerte. No yerro, pues el poder decide por mí, no puedo estar solo, pues vela sobre mí, no puedo cometer pecado porque no me lo permite.
Para desobedecer uno debe tener el coraje de estar solo, errar y pecar. Pero el coraje no basta. Solo si se ha adquirido la capacidad de sentir y pensar por sí mismo puede uno tener el coraje de decir no al poder, de desobedecer. Una persona puede volverse libre a través de actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder. Mas no solo es la capacidad para la desobediencia la condición de la libertad, la libertad es también la condición para la desobediencia. En realidad, la libertad y la capacidad para la desobediencia son indisolubles.
Hay otra razón por la cual resulta tan difícil desobedecer, decir no al poder. Durante la mayor parte de la historia humana la obediencia se ha identificado como virtud y la desobediencia con el pecado. La razón es simple: durante la mayor parte de la historia unos pocos han gobernado sobre muchos. Esta regla se hizo necesaria por el hecho de que solo había suficiente de lo bueno de la vida para unos pocos, y solo las migajas quedaban para los muchos.
El caso de Adolf Einchmann es simbólico y su significación trasciende aquella que ocupaba a sus acusadores en Jerusalén. Eichmann es el símbolo del hombre de la organización (nota del traductor: acaso cuadro seria la traducción más apropiada en este caso), del burócrata alienado para quien los hombres mujeres y niños sean vuelto números. Él es un símbolo de todos nosotros. Lo más aterrador acerca de él es que luego que la historia se contase en sus propios términos, él pudo, en perfecta buena fe declararse inocente. Está claro que si el estuviese otra vez en la misma situación haría lo mismo de nuevo. Y nosotros también lo haríamos -y nosotros también lo hacemos. El hombre de la organización ha perdido su capacidad de desobedecer, incluso no se percata del hecho de que obedece. En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que se interpone entre un futuro para la humanidad y el fin de la civilización. >>

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