lunes, 11 de noviembre de 2019

un continuo oleaje

Duele mucho ver lo que está sucediendo en Bolivia. He leído la exegesis del modus operandi de la derecha, las preguntas de Giordan que apuntan a no creerse que estamos descubriendo el agua tibia. Creo que hay un modus operandi de la izquierda que es también nocivo para sus propósitos, sobre todo porque entra en el juego de las profecías autocumplidas. Por supuesto me refiero a las profecías de quienes profetizan la maldad intrínseca de la izquierda, el comunismo, y sus líderes. Ante las profecías, hay tres cursos posibles. El de la Bella Durmiente o el de la bruja de Blancanieves, que da la razón al que profetiza, donde a pesar de todo lo que se haga, todas las medidas que se tomen, siempre se dará el paso fatal hasta la afilada punta de la rueca (para dejar al reino sumido en sopor y espinas por 100 años) o alguien crecerá en fuerza y belleza para hacerte sentir derrotada ante tu propio reflejo. Es una historia de fatalidad en la que los caracteres son inocentes, las circunstancias que no pueden prever ordenan su caída. El caso de la esposa de Barbazul o el del héroe Aquiles son todo lo contrario. Ellos contrarían las circunstancias que podrían desviar el curso fatal de sus destinos a sabiendas, para que este se cumpla, abren la puerta del cuarto que no deben o aceptan la provocación para entrar en la contienda que los llenará de gloria pero que conducirá a su muerte, siendo agentes activos en el cumplimiento de la profecía. Un tercer camino, raro camino, es el de Jean Valjean en Los miserables. Decide ir justamente contra la circunstancia externa y contra la ira interna, ambas empujándolo a delinquir, hasta que el propio Javert comprende que se ha equivocado. El juego obvio contra las revoluciones y sus líderes ha sido anatematizarlas de antemano. Tomando como antecedente lo peor del estalinismo, se profetiza todo el mal que traerán. Los aderechados, los que se sienten con ventaja, escogidos por selección natural, despreciadores de todo lo que consideran inferior en sus escalas, y sus acólitos que aspiran al ascenso y aceptan las reglas rapaces para lograrlo, vocearán contra los impulsores de un nuevo orden. La revolución es mala, la izquierda es criminal, ahí viene el coco, ha renacido Stalin, comienzan a vocear. En esa hora del mundo la derecha en pánico es incapaz de recordar todo lo que, desde la izquierda del mundo, se ha conseguido. No ven el ineluctable corrimiento al rojo de las estrellas y las humanidad, que pasito a pasito, terminó con la esclavización como orden moral, y con el analfabetismo como estado natural, y con la ostentación de abolengo como justicia universal. No digo que no exista función para las fuerzas conservadoras, aquí con Martí hago pausa y repito aquello de política hombre y política mujer y de locomotora con caldera y con freno que la detenga a tiempo. A la izquierda le sobra Historia de triunfo y realización, y también de oposición, ensañamiento y sangre. Muchas reglas del juego en este mundo son también conquistas de la izquierda. La derecha hace y hará todo lo posible porque la izquierda, la revolución, su líder, tropiecen y caigan, porque cumplan la profecía. El caso de la revolución cubana, perseguida por Estados Unidos, es paradigma de este insidioso guion. Siempre ha de tener el líder la voluntad de ser como Jean Valjean, en el instante en que sienta que empieza a parecerse a la profecía. A veces ha predominado la inocencia de ser como la Bella Durmiente, dando pasos en la escalera que conduce al cuarto desconocido, pero más veces ha predominado el orgullo aquiliano, la llamada del heroísmo, o el paso desafiante de quien no quiere dejar cerrada ninguna puerta. De cualquier manera, quizá el error primigenio es tener un nombre y defenderlo, querer ser el carácter, el nombre, de una realización, y no permitir que la realización más importante sea la idea. Este es el hubris que, ya consuetudinariamente, persigue a la izquierda en esta parte del mundo. Un movimiento no puede ser un hombre o su nombre, para romper un muro se necesita un continuo oleaje, aunque una ola sea mucho más alta que las otras.

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