viernes, 15 de julio de 2022

de economía, poder, y valores

 

A proposito de una entrada en OtraCita y algo que posteó Giordan:

tomo de referencia en tu post, el inciso c) ... "para resolver los complejos problemas que hemos acumulado, precisamente, durante los últimos 20 años", para hipotetizar que hace más de 20, cuando yo era un estudiante de cuarto año de medicina y vicepresidente de la FEU del Instituto, y el actual presidente de Cuba primer secretario del PCC en Villa Clara, que ya entonces mi respuesta a tus preguntas hubiera sido No (al cuadrado), como creo habría sido No también la de casi todos los que participábamos en aquellas reuniones con Diaz Canel. Los último 20 años se han sedimentado sobro otras décadas que, si bien tuvieron fortalezas, ya tenían corroídos algunos puntales de su arquitectura.  Mencionaré algunos pilares enclenques según mis consideraciones de entonces, avaladas por el hecho de haberla visto expresada de mejores y más publicas maneras con el paso de todos estos 20 años. Puntualizo que no hablaré de Economía, soy un neófito en la materia, como casi todos los cubanos que no habían cursado una carrera universitaria o estudio en ramas afines, pues hasta 12 grado era una materia ausente de los planes de estudio. Quizás ahí empieza el problema de la Economía, y este que menciono no es un problema económico, sino de valores (tonterías mías, como si la economía no se encargara precisamente de valores): las carreras de Economía y Contabilidad quedaban bien relegadas en las escalas de preferencia de los futuros universitarios. En aquellos años 90 y milenaristas no salían economistas por televisión o a sotto voce, los destinos de Cuba no parecían tan pendientes de sagacidad mercantil, fiscalización contable o pertinencia financiera, sino que todo había funcionado más o menos bien como por inspiración. De ahí que dichas carreras se asociaban con oficios-empleos poco codiciados: mira tú cuan diferentes llegamos a ser de los capitalistas, nuestros mejores estudiantes querían ser médicos, periodistas, ingenieros, estudiantes de lenguas (estas carreras cerraban con los promedios más altos) nunca banqueros, ni CEO, ni corredores de bolsa, o gerentes profesionales o especialistas de negocios; y Economía y Contabilidad eran casi siempre ocupadas por decantación, cuando el puntaje no alcanzaba para las primeras opciones. Tuve la oportunidad de conocer una economista, seguramente graduada de los 80 o 90 (ya esta anécdota la puse una vez aquí) que en una reunión con los secretarios de los núcleos del municipio Plaza daba una misa sobre los lineamientos, allá por el 2012 ó 2013. En esa reunión me atreví a decir, yo el más joven de la cofradía, que no necesitaba que me explicaran la letra de los lineamientos, cuál ya estaba cumplido, y cual parecía posible de cumplir, sino cuándo se verían los resultados de la aplicación de los lineamientos, que pronóstico hacían los economistas al respecto, para saber cuándo tendríamos que volvernos a reunir para decidir si habían servido o no, y si no habían servido, pues promulgar otros. Ella no podría haberme respondido de una manera más tajante: los economistas no estamos para hacer pronósticos, de eso se ocupan los meteorólogos. Varios funcionarios se ensañaron conmigo, esa saña siempre ha sido vieja conocida mía, y valga la repetición, un viejo doctor saltó en mi defensa, en la defensa de la juventud y su derecho a pensar y expresarse de otra(s) manera(s). Aquí ejemplifiqué dos pilares rotos, blanditos, desde hace más de 20 años: políticos (políticas) que no prometen, y como no prometen no se comprometen, y nadie sabe si cumplen, y como no queda en evidencia que incumplen, se mantienen por demasiado tiempo. Y el otro, el rechazo, desde el poder político, al recurso de la diferencia. Esto último asume formas diversas, pero termina produciendo siempre el mismo resultado, tiene un fin particular: hacer más fácil y por consiguiente más duradero, estable, el ejercicio del poder. Produce una homogeneización de los decisores e instituciones políticas como estado previo a este facilismo. De aquellos que asistíamos a las reuniones con Diaz-Canel (así nos referíamos siempre a él) y ya hablábamos y discutíamos de crisis de valores, de pérdida de valores, achacándola sobre todo a la crisis económica del periodo especial, hubo unos cuantos que fueron aupados en la carrera política, llegando a ser, por ejemplo, segundo secretario o miembros del buró de la UJC nacional, rector de importante centro académico, funcionarios del MINSAP a todos los niveles. ¿Qué tendrían en común esos? ¿Eran los que más amaban la Patria, eran los más dispuestos a sacrificarse, eran los más capaces, eran los mejores estudiantes? No podría responder con certeza algunas de esas preguntas para cada uno de ellos. Pero lo que tenían en común no se manifestaría precisamente en dichas respuestas. Pero si me atrevo a decir que muy poco a nada cuestionaban aquel presente, perfectamente alineados con cualquier jerarquía superior, y por supuesto menos aún desconfiaban o cuestionaban el posible futuro cuya edificación ellos sentían que serían capaces de dirigir. Al parecer, durante todo este tiempo, ellos siempre estuvieron bien, en sus razones, y hemos sido nosotros los que hemos fallado. Nosotros los que nos atrevíamos a hacer preguntas incómodas, los que veíamos y denunciábamos problemas, no coyunturales, sino estructurales. Nosotros los que no sacrificamos diez o 15 años de juventud en interminables reuniones que roban tiempo de vida (para terminar teniendo autos y choferes, casas propias, asuntos de trabajo que permiten viajar subvencionadamente al extranjero) sino que decidimos sacrificar toda la vida en ómnibus atestados, casas compartidas o en crudo pulseo adquiridas o reconstruidas, y muchos infinitos otros detalles donde nos ha tocado diferenciarnos, no cuantitativamente, sino cualitativamente ( y de eso también ya he opinado en SC): la diferencia capitalista del millonario con múltiples autos y aviones y el obrero con un solo auto y la posibilidad de comprarse el ticket a cualquier lugar, y la diferencia capital entre el que tiene auto y chofer y el que no puede aspirar sobre legitimas bases reales en su empleo a tener (y mantener) ni una motocicleta. El recurso de la similaridad y el recurso de la diferencia son consustanciales a este Universo, sobre esas bases se organiza el mundo físico, el químico, el biológico, el cognoscitivo y por supuesto el ser humano y la sociedad humana. La política, el ejercicio del poder, descansan sobre un equilibrio de estos recursos. Cuando el entramado de ejercicio del poder de una sociedad se organiza para desterrar la posibilidad de la diferencia, de renovación a través de la diferencia, de oscilación entre diferencias, dicho entramado se osifica, se automatiza, cae en un círculo recursivo que se aleja de lo humano y se acerca a la (i)lógica maquinal, y tenderá al facilismo extremo en su agencia, desbrozando el camino entre la idea y la acción-ejecución, y tenderá a descomplejizar, reduciendo los matices, la casuística, definiéndolo todo en el lenguaje binario de conmigo o contra mí. En este facilismo, empiezan a aplicarse sucedáneos de más expedita formulación y réditos: por ejemplo, confundir justicia con igualdad, cuya aberración última es la igualación de juez y parte, expresión manifiesta de un cisma esquizoide de individuos que detentan el poder, y creen que no han sido sometidos por él. Poder es reducción del espacio de diferencia entre posibilidad y probabilidad. El poder hace lo posible probable, y lo probable seguro o cierto. El poder no acotado se desbocará, en movimiento concéntrico, en la igualación de ambos espacios, en su coincidencia. Pero este crecimiento del poder en unos pocos, no se da a expensas del desempoderamiento de muchos para los cuales ocurre justamente el fenómeno inverso: la ampliación de dicho espacio entre los posible y lo probable: te es posible emitir un criterio, pero es muy poco probable que te atrevas a hacerlo, o que sea escuchado, o que surta efecto; existe la posibilidad de que puedas tener un carro, es poco probable que lo logres. Estas cosas no son particulares de un sistema sociopolitico u otro. De hecho, la Revolución cubana redujo estas brechas, y “aterrizó” muchísimos y derechos y posibilidades en el corazón, la mente y los brazos de mayorías: ya no un comercial capitalista de que cualquiera con esfuerzo tiene la posibilidad de salir dsde la pobreza y, digamos, llegar a ser universitario, sino hacer probable que esto ocurra pues aun siendo pobres, ya no se es analfabeto y las escuelas no cuestan. Pero luego de esta eclosión inicial, todo esfuerzo para secuestrar más poder hacia una homogeneización, sin usar el recurso de la diferencia, tiene un camino prescrito, y a los ojos de la virtud y la razón también proscrito. Pues es un camino que conduce al debilitamiento de la justicia, o con palabras martianas, del decoro y la dignidad plenas de los seres humanos. Y cuando el valor justicia se debilita, se confunde, cambia todo el espectro de valores, pues la justicia es central a la arquitectura moral humana, como reflejo espiritual que es del principio de simetría físico, otro fundamento del Universo. La noción de lo justo permite dirimir lo que es un acto de valor de lo que es un acto de abuso, lo que es agradecimiento de lo que es sometimiento, de lo que es honestidad de lo que es cruel imprudencia… En triada perfecta con lo verdadero y con lo bello, ese dial de la justicia, de lo que es justo o no, con el que nacemos, y que se calibra durante nuestro recorrido vital, también es un mecanismo que se ajusta grupalmente: siglos hubo en que la justicia tuvo color y clase, excepto para unos pocos héroes siempre empujando la humanidad hacia el acierto. Hace más de 20 años en nuestra Patria, en quienes la constituimos y la continuamos, empezaron a abrirse grietas en estos ideales, que no se parchean con divisas ni por cuenta propia ni a crédito. Mucho menos con una comisión de cultura. Muy poco con lineamientos económicos.

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