domingo, 10 de mayo de 2020

la cutara

Dónde va el modelo… qué adónde va…?

No está arriba ni está abajo, no es de izquierda ni derecha, ya no es rojo ni es azul…

no es urbano ni es del monte, ni presente ni pasado ni se ve en el horizonte,

qué dónde está?

Se me metió en la cabeza el sonsonete de la canción que parodio mientras veía las opiniones al pie de los posts de algunas personas que respeto, a raíz del artículo del Granma http://www.granma.cu/cuba/2020-05-06/la-bondad-neoliberal-de-los-entusiastas-consejeros-06-05-2020-23-05-55?fbclid=IwAR08tk7alXYG-Qf7zBTWwE-l8bgsB6WGnBSQmpckwr_t99tscs6lxO52GPM

Mi opinión, no de ahora que el capitalismo y el consumismo me pudieran estar lavando el coco, sino de antes, hará unos diez años, cuando me dio por leer el libro “Cuba, la forja de una nación” de Rolando Rodríguez, para repasar la historia de la segunda mitad de nuestro siglo XIX, es que el modelo que se instauró en Cuba no era precisamente soviético, y que en estos años, o desde esos años en que se empezaron a preconizar cambios, no se caminaba hacia un modelo ni chino ni vietnamita. Nuestro modelo seguía siendo el modelo feudal-esclavista de la colonia. Es un modelo esencialmente colonial, caciquista-caudillista, en que hay una metrópoli-centro de poder, que no permite a la masa de cubanos igualdad de derechos en lo político, en lo económico; donde existe lo que en el XIX se denominaba "miedo al negro", miedo a una masa incontrolada, en mayoría demográfica, la cual necesita del amo ilustrado para ser conducida; donde se exacerba el miedo a los cambios pues estos ponen en entredicho quienes detentarán el poder luego de dichos cambios, y se amenaza con, y se siente como amenaza, el cambio de poder porque se asocia con un cambio de metrópoli. Una parte de Cuba colonizó a otra parte, resguardando los derechos de un cierto linaje, y dejando desprotegidos a sus habitantes de segunda, azuzando aún hordas de voluntarios, cubanos contra cubanos; censurando cualquier idea extranjerizante, como las que exaltaron a Céspedes, Agramonte y Martí; con férreo control de aduanas e imprenta, de entradas y salidas; manteniéndose la misma escala de valores monárquicos, con la similitud en los esquemas de repartición de prebendas políticas a los fieles y similares, a los que pertenecen a las castas administrativas o militares. Se quiere una siempre fiel y sumisa Isla de Cuba. Esa que ya no existe, esa que ha cambiado no porque saliera de una reunión del partido el acuerdo, o porque se votara en una nueva constitución, o se discutiera en forma de lineamientos. Sino por el agotamiento de la gente, por el cambio demográfico del tiempo y el exilio, por la presión de las realidades de un mundo cambiante que le arrancó las caretas a los cuentos con que nos mantenían embobecidos. Sino por esos jóvenes inconformes, que dejaron de escuchar, de prestar asunto, que no decían no, pero tampoco decían sí y continuaban a lo suyo, a sobrevivir, y por esos viejos que después que les pasó la vida, perdieron el miedo pues ya sabían que ya estaban muertos, y dejaron de pedir prudencia, o silencio, o disimulo, o paciencia y confesaron que no se habían desvelado tanto para llegar solo a este lento desgaste. Si, Cuba está cambiando, Cuba va a cambiar, Cuba va estar mejor, pero no por el sacrificado compañero del comité central, o el de la esfera ideológica, o el coronel, o el rector, o el administrador, sino a pesar de todos esos funcionarios de la colonia, con toda la voz, pero sin palabras, solo frases hechas y copias de discursos, con todo el celo pero sin la bondad ni la humildad del amor, con toda la fuerza del poder, pero sin la libertad de la razón.


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