jueves, 28 de febrero de 2019
post referendo
Habemus nueva Constitución. Aunque creo que podríamos haber contado con
una mejor, sé que la recién aprobada es en mucho superior a la vieja.
Ahora comienza la otra batalla, la de hacer que su texto obre a través
de la mejor de las interpretaciones posibles, sin cierto tipo de
atemperaciones que en última instancia demostrarían la desconfianza de
los gobernantes hacia los gobernados, hacia nuestra capacidad para
tensarnos en pos de lo ideal sin destruirlo -de ese modo convirtiéndose
ellos por adelantado en los únicos sujetos de la paradoja. Transformar
sin medias tintas la constitución en leyes e instituciones que responden
al ideal de una Patria martiana donde se rinda culto a la dignidad
plena del hombre, sería lo verdaderamente revolucionario. Leyes,
acciones, que no aumenten el peso de las diferencias y la polarización,
en temas que no deben ser motivo de sectarismo ideológico, pues son
sencillamente consustanciales a lo que los seres humanos hemos llegado a
ser, en lo que hemos devenido. Como mismo no tiene defensa ideológica
en el mundo hoy, el tener esclavos y matarlos por ofender a su señor, no
la tiene el irrespeto al derecho de una persona de pensar y expresarse
sin temor ni hipocresía. Y las personas piensan y se expresan en función
de su capacidad de comunicación, la cual a su vez es una función de la
vida en sociedad. Quienes detentan el poder no pueden eximirse a sí
mismos (ni ser eximidos) de ser advertidos, cuestionados, emplazados y
reemplazados, por sus gobernados, refugiandose en la creencia obtusa de
que tienen una verdad absoluta y un encargo intransferible. Y no está a
la altura de la dignidad humana conseguida tras siglos de lucha y
pensamiento, impedir que los individuos logren consensos entre sí,
expresándose y comunicándose, para defender una idea, o para derrotarla.
Cuando Fidel habló de la posibilidad de que la Revolución fuese
destruida por los propios revolucionarios, llegó a una conclusión muy
antigua. En el Tao Te King ya alguien enunció: Ambas cosas, ser y
no-ser, tienen el mismo origen, aunque distinto nombre. En su Balada de
la Cárcel de reading Oscar Wilde testificó: Cada hombre mata lo que ama.
Marcos en su Evangelio recoge: El sábado se hizo para el hombre, y no
el hombre para el sábado. Puede ser destruida la Revolución por los
propios revolucionarios no porque estos se pasarían al bando enemigo
sino porque creyendo en su propia interpretación de lo que es la
Revolución y lo que es ser revolucionario, y de esas dos ideas
enamorados, se vuelven celosos del amor o el desamor de los otros, sin
ver que la Patria, en contra de lo que dicte la experiencia personal,
debe ser novia de todos. Y porque muchas veces esa interpretación de lo
que la Revolución es y lo que ser revolucionario es, se nutre demasiado
de lo sucedido en el pasado, y hacia la repetición de pasadas
circunstancias gloriosas se vuelve. Poco a poco las fórmulas que fueron
exitosas se convierten en rituales, se adscriben a un culto (lo cual es
propio de la naturaleza humana, constreñida por la biología de nuestro
cerebro) del cual los oficiantes tienden a olvidar la esencia. Una
Revolución se hace contra el pasado y es sobre todo una máquina de
futuro. Pongamos el instrumento que la Revolución es, que la nueva
Constitución es, al servicio de nuestro futuro, no a servicio de nuestro
pasado, lo cual no implica deshonrar nuestra memoria o nuestra
historia: nosotros no fuimos hechos para ellas, sino que ellas
acaecieron en nosotros y para nosotros.
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