18 feb 2019
Unos ciudadanos cubanos en el extranjero podrán votar en el referendo y
otros no, según preferencia del estado. Ese es el viejo problema con la
nueva constitución: que puede ser vulnerada. Y que así nace.
Hace
muchos años se sabe que es una necesidad contar con otra constitución,
la de 1976 ha sufrido demasiados "incumplimientos" de parte de quienes
debían haber velado por defenderla. Pero creo que el Poder comprende esa
necesidad de una manera distinta a como la comprenden muchos cubanos
desde su simple decoro: desde "arriba", la necesidad, la urgencia, lo
imperioso, es ampliar el espacio de maniobra con apariencia de
legalidad, pero sin pedir disculpas, ni hacer recuento crítico, ni
apartarse de la toma de decisiones, dejando así a otros menos
comprometidos con graves errores del pasado (que nos han traído hasta
donde estamos) el intento de enderezar los caminos. "Abajo", la
necesidad es otra: ampliar derechos innecesariamente vulnerados, curar
injusticias, hacer las cosas bien... Pero la Constitución que vendrá, y
la que hubo, adolecen del mismo defecto: para defenderlas, modificarlas,
mejorarlas, solo pueden alzar la voz algunos elegidos. No habrá
tribunal de garantías constitucionales, no podremos usar los medios
públicos para lograr consenso, no podremos protestar públicamente, a no
ser que seamos convocados a criticar los desmanes de otros o a ensalzar
nuestros propios aciertos. Se cocinarán infinidad de leyes
complementarias que podrán, constitucionalmente, regularla, meterla en
horma, podándole algunas de sus más promisorias ramas. Seguirá habiendo
ciudadanos de primera y de segunda, como ya se ve: los que tienen que
votar, como soldados de la patria, y los que acaso podrían votar, como
hijos huérfanos. Aunque ahora votar por el "no" parece que es pecado, a
pesar de que la única consecuencia inmediata es que se mantendría
vigente la constitución de 1976 por un tiempo más, la cual nunca ha sido
tildada de contrarrevolucionaria, o de ser culpable del estado de
decadencia del país, sino que según algunos, bajo ella llegamos a ser el
país más culto del mundo y la nación más justa de la tierra; considero
que a cualquier voto negativo le sobraría como fundamento tener
esperanzas de que es posible contar con una constitución mejor, menos
indefensa, menos perentoria y con garantías de más larga existencia y
agencia para el futuro que nos merecemos; o que cualquier voto negativo
se podría argumentar con la sospecha de que el compromiso de quienes nos
dirigen no ha de ser para con el proyecto que a ellos les conviene,
sino con el que nos conviene a nosotros, y que si nosotros desaprobamos
un proyecto que ellos proponen, pues a ellos les tocará proponer otro
más cercano a lo que nosotros pensamos, necesitamos y queremos. No se
trata ahora de convertir la Constitución más larga que hemos defendido,
vivido, sostenido y padecido los cubanos, en el "Coco", sino que, con
elocuente necesidad de una nueva, nos propondremos hacer la mejor de que
seamos capaces, con más énfasis en que sea ella la que nos defienda y
sostenga a nosotros como pueblo -- que ya también aprendimos eso del
"sábado para el hombre y no el hombre para el sábado". Y para que la
constitución nos sirva, esté a nuestro servicio, pues tiene que darnos
herramientas para poder dignamente estar al servicio de ella. Para que
la constitución sirva a todos, y no solo a un grupo, tiene que ser letra
viva, molde de conducta de los gobernados, pero más aún de quienes nos
gobiernan. Los que detentan el poder, los dirigentes y las instituciones
del gobierno, el partido y la impartición de justicia, han de ser los
primeros encargados de cumplirla, porque son los que más gravemente
podrían vulnerarla. Por eso la constitución que nazca debería otorgarnos
a nosotros el poder de vigilarlos a ellos, y revelar sus desvíos o
desvaríos, y de rebelarnos contra estos. Es al estado, a sus
instituciones, a sus funcionarios, a quienes les corresponde demostrar
de primeros su compromiso con lo que ha de venir, con el espíritu de lo
que se quiere inculcar. Desde ya, desde ahora, no dando continuidad a
estrategias fundamentadas en el privilegio ideológico, la anatemización
de las posturas no obedientes y la exaltación del peligro foráneo. Habrá
un espacio de años en tierra de nadie entre el día del referendo y el
día en que las frases "establecida o determinada por la (futura) ley"
(repetidas más de 80 veces en el nuevo texto constitucional) dejen de
ser enlaces (links) al vacío. ¿Con cuál espíritu viviremos ese tiempo,
con el de la espera, o con el de antaño, o con el del nuevo tiempo que
se declara? En consonancia con ese espíritu, que ha de ser el del nuevo
momento, el nuevo pacto refrendado, el Estado debe exhibir un accionar
irreprochablemente hacia la Constitución, si no, estaríamos otra vez en
la vieja tierra del haz lo que yo digo y no lo que hago, de donde dije
digo digo Diego, del marco constitucional como espacio de conveniencia y
no de simultánea obediencia. Por ello creo que ahora, hoy, ayer,
mañana, el estado debe de proveer garantías para el ejercicio del voto a
todos los ciudadanos cubanos por igual, y no intentar otra vez
secuestrar un "sí" que al parecer resulta harto necesario menos por
compromiso hacia la constitución que se propone, que como método de
autovalidación de quienes se mantienen en el poder, en estas épocas de
aguas especialmente turbias. Otra vez el fantasma del enemigo esgrimido
como mal mayor, para que soslayemos los males aparentemente menores.
Pero como dice un viejo refrán, el diablo está en los detalles, y no
puedo dejar de señalar que ha sido esa erosión discreta de principios
que nunca deben desgastarse, la que nos tiene enfrentados desde hace
décadas a la decadencia de nuestro proyecto de nación. No es una cosa
menor que la constitución no contemple herramientas para su propia
defensa, para que nosotros podamos defenderla, para que puedan aunarse
las voluntades que, sintiéndola vulnerada, quieran saltar a la palestra,
sin que en ese momento ni un sí ni un no puedan ser convertidos en
falaces motivos de acusación y división. Nuestros dirigentes debían
empezar por ser consecuentes, esa palabra que en tanto discurso vano se
ha usado, con el espíritu de la constitución hacia la cual reclaman un
Sí como única salvación de la patria, confundiendo otra vez a la patria
con ellos mismos.
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