Golpes blandos…. puede ser… el hecho de usar la terminología en boga ya es en sí como otro suave golpecito, como cuando, según estipula el principio de incertidumbre de la física cuántica, al observar una magnitud, en la manera en que se realiza la precisa medición, se delimita un parámetro o propiedad de la partícula en detrimento de los otros. Con esta noción de golpe blando podría hacerse un análisis de toda la historia, ver cuantos golpes blandos y golpes duros ha habido en ella, cómo estos golpes han sido una y otra vez mecanismos para cambios importantes en cualquier sociedad. ¿Preparados acaso por la CIA o por el imperialismo? Quizás. Quizás desde el futuro, un futuro de dominio imperial donde ya existieren los viajes en el tiempo, con sus agentes viajando al pasado a organizarlos… Eso equivaldría a ya sentirnos derrotados de antemano, una nueva versión de Terminator.
O eso que ha ocurrido tantas veces en el pasado no ha sido producto de golpes blandos, sino que, según repetían los libros por los que me tocó estudiar, simplemente ocurrió la coincidencia de un numero de factores objetivos con factores subjetivos, ninguno como obra de una sola y maquiavélica voluntad, sino de procesos difíciles de modelar que ocurren al interior de determinados grupos y épocas.Esto de culpar de cualquier cosa al golpe blando me suena como si ahora la política ya no fuera un marco de competencia de ideas y conductas-acciones para hallar la forma más beneficiosa de funcionamiento/organización del grupo social (o de quienes se empoderan a la cabeza del grupo) en un contexto específico, según la cosmovisión de ese contexto, (y sin la influencia de agentes que viajan en el espacio-tiempo), de la misma manera que en las ciencias se da la libre competencia de ideas y métodos para la explicación, modelación y predicción de las partes y el todo de la realidad, también acotado contextualmente, sin que nadie del futuro venga a soplarle a los científicos las óptimas respuestas.[Las diferencias entre ciencia y política deben ser muchas, pero hay una fundamental: el Poder. Aunque muchos no lo creen así, la política no gira solo en torno al poder, el poder es más bien un subterfugio, un atajo, una ventaja, que ayuda, con el menor esfuerzo posible, a convertir lo posible en probable, pero que con el uso, y el mal uso, se ha convertido en lo más importante de la política, como mismo el drogadicto no se puede sentir super sin formula mágica, y como mismo el orgasmo parece ser el santo grial del sexo.]
En política siempre ha habido perdedores y ganadores, y el devenir político pudiera mostrarse a través de la sucesión de múltiples mecanismos de ‘arbitraje’ para decidir quién gana o pierde el poder (destreza en la caza, favor de dios, guerras, sucesiones y linajes, votaciones, popularidad), mecanismos de arbitraje que han sido, durante milenios, sujetos de las más furibundas contiendas antes de que fuese seleccionado (al parecer) ese que llamamos democracia.
Pero la democracia no es solo eso, mecanismo de arbitraje para dirimir cual idea gana o pierde, qué personas detrás de las ideas serán vitoreadas en la palestra o saldrán abucheadas por el fondo, sino que sirve para acotar, delimitar, el espacio de acción de determinados poderes, y así balancear entre distintas manos esa brasa ardiente. La democracia no tanto como un ejercicio de toma conjunta de decisiones, de comprometimiento, representación e identificación grupal, sino como un mecanismo de rotación de poderes, donde ningún grupo queda del todo desahuciado, sino que quienes detentan un poder saben, han aceptado, que no es para siempre, y que quienes han perdido ese poder, también saben, confían, en que no han sido descartados del todo, no se les despoja de la esperanza de voltear el viento a su favor algún día, no se les arrebata el derecho a una lucha legítima para alcanzarlo. Y ese mecanismo, esa posibilidad de balance, esa necesidad de no ser siempre y para siempre perdedor, es esencial a la naturaleza humana. Incluso a la naturaleza. Si una especie evoluciona y se ubica por encima de otras en la cadena trófica, eso no la hace omnipotente, no la hace regodearse en tal victoria, como vicioso rey. Simplemente ha sido ocupado un nicho vacante en una ecología determinada cuya armonía sería imposible sin la existencia del resto de las especies. ¿No pastan las gacelas a la vera de los leones de algún modo sabiendo que solo es peligrosa el hambre?
Esa posibilidad de balance, de saber que quien pierde hoy podrá ganar mañana y viceversa, es esencial por la simple razón de que la psicología del homo sapiens, base de la conducta social humana (e interactuante con esta en varias escalas, todas contenidas en esa gran interfaz que llamamos cultura) tiene un anclaje biológico, también evolutivamente determinado. Y esa evolución es simplemente una lucha, tanto en el plano inmanente como en el plano trascendente (para decirlo con términos un poco lezamianos). Una lucha mientras se vive, para sobrevivir y poderse aparear y reproducir (cuerpos, conductas); y una lucha después que se vive, para si se quiere, sobremorir, persistiendo en la descendencia no solo a través de la reedición de formas y funciones comunes a la especie, y particulares del individuo, sino además como seres con identidad, historias, memorias, valores que querríamos ver replicados, redivivos. Y de esos imperativos no está exento nadie.
Se han acumulado hallazgos científicos suficientes para sustentar que los valores son parcialmente determinados biológicamente. Por ejemplo, se sabe que existe un mecanismo neurológico dependiente de circuitos que utilizan el neurotransmisor serotonina, cuya función es determinar qué posición, rango, estatus, ocupa el individuo en el grupo, y subyace al establecimiento de grupos jerárquicamente organizados. A más alto estatus, estos circuitos neurales incrementan el nivel de serotonina induciendo así más emociones positivas y disminuyendo las negativas. Por eso comporta tanta dificultad y tiene repercusiones adversas en los individuos el intento de sofocar, culturalmente (mediante presión social a través de educación, leyes, moralidad…), determinados valores humanos relacionados con la competitividad y el alcance de estatus (profesional, intelectual, económico, social, político…). Esas conductas, al parecer las llevamos profundamente incrustados en nuestros cerebros luego de millones de años de evolución, y sigue ahí porque han resultado ventajosas para la sobrevivencia de las especies. Frustrar la posible jerarquización de los individuos a partir de sus resultados-logros-triunfos-ganancias mediante la igualación forzosa (el igualitarismo), despojar a las personas de su capacidad para luchar por su autoafirmación (de sus ideas, su conciencia, su visión política), termina por desestructurar al grupo humano.
La disonancia de emociones entre quien alcanza el estatus superior, y quienes fracasan en el intento, se hace mayor cuanto mayores y arbitrarias son las diferencias de estatus. Cuando se obtiene una posición de mayor valencia jerárquica no a través de justa competencia, sino por influencias azarosas, los que resultan relegados reiteradamente por la exposición repetida a dichas circunstancias injustas, caen en el marasmo de la desesperanza aprendida, lo que coloquialmente se traduce en colgar los guantes, flotar, no coger ninguna lucha. Los aupados en esta repartición, son recompensados con una ducha de emociones positivas que lo reafirman como individuo. Uno y otro terminarán juzgando equivocadamente el proceso, desde los polos en que uno se sentirá maldito por la circunstancia y el otro un elegido sin nada que justificar. A la corta o a la larga, la vida se torna falta de sentido sin la capacidad de afirmar estos valores medulares, y se incrementa la polarización entre los individuos y los grupos. Despojar a personas o grupos de vías legítimas de acción que den cauce a esta necesidad vital de autoafirmación es un potente generador de descontento, y entre los miembros del grupo aparecerán individuos que, en lugar de reaccionar con inacción, se movilizaran, aun escogiendo cauces que implican peligro vital, sanción moral, ostracismo social, etc. Es solo cuestión de tiempo llegar a este estado dentro de un grupo donde se dan las premisas. El tiempo que demore lo biológico en expresarse en lo social. Me gustó esta frase de Víctor Hugo que parece resumirlo: No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo.
Cuando ese tiempo ha llegado, las influencias externas al grupo, pudiesen hallar resonancia dentro de este con más facilidad. Un suave toquecito se puede amplificar. ¿Acaso no fueron las ideas de la revolución francesa y de la revolución americana las que resonaron en los patriotas del XIX? ¿No fueron las ideas de la revolución bolchevique las que resonaron a través del XX? ¿Por qué en el XXI no pueden resonar también ideas? ¿Se acabó la historia? Es como si quienes proclaman el fin de la historia fuesen aquellos que tanto se han opuesto (mal leyendo) a Fukuyama. Cualquier grupo cuyos reclamos entronquen con rasgos fundamentales de la naturaleza humana, más temprano o más tarde actuará en pos de sus ideas, y esas ideas se diseminarán y fortalecerán en torneo justo o injusto con otras ideas. Mientras más injusto sea dicho torneo, más probablemente se asociará la idea de justicia con las ideas reprimidas.
No se pude estructurar una sociedad para que no fluyan e influyan las ideas externas. Una vez que las ideas fluyen e influyen, no se puede estructurar una sociedad para mediante la coerción, limitar continuamente al grupo influido e influenciable por dichas ideas, sin tener como justificación una crítica razonada, axiomática, no susceptible de polémica, de dichas ideas, sino que la crítica tiene como sustento fundamental la simple oposición al origen de dichas ideas. Gene el Afilado no fue para nada innovador en su Pedal, recogió y le puso un nombrecito a lo que ya estaba desde milenios en el aire, desde que los procuradores romanos sembraban la discordia entre judíos (un ejemplo acaso), nombre a lo que ahora es mucho más fácil de orquestar con el sustento tecnológico de la globalización. No basta que algo venga del enemigo para que sea malo: habría que renunciar a demasiado libro, herramienta, medicamento, etc, que son buenos. Como mismo que algo venga del amigo no por ello resultará un bien de calidad. ¿No nos sobran de esto los ejemplos?