Un discurso, un sistema, una sociedad donde lo que se deslegitima es la lucha, la lucha verdadera. Pues está prohibido luchar por una causa que vaya más allá de la sobrevivencia y la aventura personal, más aún dar pasos que conduzcan a luchar de manera colectiva, grupal, desde un movimiento, una concertación o un partido, por una apuesta distinta de futuro (distinta en fines, premisas o maneras) . Esa osadía solo pueden tenerla los enemigos, y automáticamente te convertirá en mercenario a los ojos del poder y bajo el dictamen de su ley.
Como está prohibido cambiar la realidad desde “abajo”, y solo es lícito seguir órdenes, campañas, movilizaciones, iniciativas, convocatorias, desde “arriba”, pues le hemos cambiado el significado a las palabras, de común acuerdo plebeyos y poder. En la calle, en los barrios, tras las paredes de Cuba, se lucha, el cubano dentro de sí mismo lucha, el “sistema” lucha, somos luchadores, cada uno solo, blandiendo la nueva acepción de la palabra, darwinismo lexical, contra los demás, contra el compatriota, en una lucha que es de todos contra todos y contra uno mismo también. Luchar es propina y es soborno, es hurtar y acaparar, es prostituirse y traficar, es cohechar y transigir. Luchar implica ahora, en su nueva esencia, entregarse, capitular, hacer lo que no se debe o no se quiere, hacer lo que no se ama. Ya luchar no es enarbolar un ideal, un acto noble de afirmación del ser, sino entregarse a un vicio, en un ejercicio falaz de albedrío frente a la contingencia estructural, cuando el individuo cree que no puede, ni osa, intentar resquebrajar la estructura. En esta diseminada concepción de lucha no se reacciona contra esencias sino a formas, a manifestaciones; se ha abdicado de la capacidad humana para lo elevado, lo general, lo primordial, lo trascendente, para entronizar lo particular, lo concreto, lo inmanente, lo casuístico. Si bien esta nueva lucha sigue siendo aparentemente un acto transicional para llegar a otro estado más favorable, ahora, además, es un acto transaccional, pues ha dejado de considerarse como un valor en sí mismo para conferírsele valor solo por su rendimiento inmediato en términos egocéntricos, onfalopáticos. La nueva acepción de luchar no ha sido más que una rendición capitalizable, calculada. El cubano lucha por dinero. Es un mercenarismo. Esta es la noria, aquí está la trampa donde las palabras terminan por abracarnos, donde el poder se sale otra vez con la suya y con la tuya. La voz omnipresente del régimen incrimina a todos los que luchan por Cuba sin un certificado oficial. La palabra mutó, los verdaderos mercenarios del día a día dicen que “luchan”. Quienes se oponen a la estructura que ha creado un pueblo de “luchadores” orgullosos de serlo, porque creen en otra posibilidad de realización y belleza, en otra manera de conquistar el futuro, en distinta estrategia para ser consecuentes con lo que ha legado la Historia, son llamados mercenarios por reclamar para sí el derecho a usar la vieja acepción de la palabra lucha, por atreverse a decir que luchan, por atreverse a luchar en verdad.
Algún día será, otra vez, como en esas piñaseras de cuando niño, en que el otro ganó, y te tiene abracado, y si te atreves a seguir moviéndote, te pega más, y ya eso deja de ser bronca y se convierte en abuso, y los que están alrededor, achuchando, mirando, divirtiéndose, de pronto dejan de verle sentido a la cosa, pues lo que los apasionaba era la lucha precisamente, y ahora se apiadan de ti y le gritan al guapetón que te deje, se ponen de tu parte porque, además, no pueden evitar admirar tu espíritu que no claudica e insiste en levantarse aún con la boca rota. Y luego de ese día, no será más piedad, sino que la admiración poco a poco abrirá el resquicio al respeto, a la comprensión, a la simpatía, a la confraternidad, a la cooperación. Pero todavía no. Luchar sigue siendo la otra cosa, repetida hasta el cansancio, cansancio que es el triunfo de quien le arrebató el significado a la palabra lucha. Ahora el otro todavía es un abusador, y te sigue dando y dando puño contra el suelo cada vez que te mueves o que intentas levantarte, y los que miran también te agreden, o son unos pusilánimes, que solo se atreverán a corear la victoria del abusador, nunca a identificarse con la víctima, por miedo a convertirse en víctimas ellos también de ese ser rabioso que solo quiere tener acólitos, súbditos, y que es capaz de amenazar incluso a los inocentes, familia, amigos, con tal de humillar y asustar aún más al que está en suelo, a los que están mirando… o a los que simplemente no miran, porque ya saben que eso no es una pelea, sino el acto de uno solo, donde todo está trucado de antemano (como dijo Prévert en su poema del combate contra el ángel). Y así, el peleador del piso también está solo, siempre ha estado solo. Condenado al ostracismo o al destierro. Aunque en ambos casos, dichos castigos, ostracismo y destierro, dichas palabras para designarlos, también designan otra cosa, al carecer del apropiado ideal de civilidad precedente, pues también este ideal, esta palabra, ha sido castrada. En consecuencia, el castigo que sobreviene al que está en el piso, al destruido pero jamás derrotado según el axioma heminwayano, ese castigo es algo más parecido a la jaula en la plaza pública del medioevo, porque lleva escarnio, movimientos vigilados a perpetuidad, ya que la culpa por haber luchado en la vieja y verdadera acepción de la palabra, que es siempre resistir al abusador, plantarle mente y cuerpo a la injusticia, ni expira ni se expía. Lo mismo en la isla que lejos de ella (en Miami especialmente) se ha construido una gran jaula en la mente colectiva de quienes habitan Cuba, una picota, una pasarela, a donde todavía se arrojan huevos, improperios, consignas, golpes. Por eso la mayoría aun volteamos la cara, nos alejamos de la palestra, apartamos, cómplices, nuestras vidas de esa pelea sucia. Por eso cambiamos el significado a las palabras, "luchando" cuando aceptamos que toda lucha que no esté al servicio de los poderosos “iluminados” está deslegitimada, llamando "enemigo", "mercenario", "contrarrevolucionario", "hipercrítico" a los que como preclaros doctores han predicho y denunciado el advenimiento de la decadencia de un pueblo, de un ideal de Patria, quitándoles con saña el mérito de auténticos luchadores, contingentemente desventurados. Y por eso, creyendo que nos salvamos frente al espejo, nos proclamamos luchadores nosotros, solo que a la manera de encantadas historias medievales, como solitarios héroes medievales, cada cual por su parte enfrentado contra las siete cabezas de un dragón que a cada mandoble se multiplican, tardos en comprender que la lucha en verdad comienza cuando nos atrevamos a arremeter todos juntos contra el podrido corazón.